La Pareja a Juicio

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“Una vida sin cuestionárselo todo no merece ser vivida” diría Sócrates, así que nada mejor para poner en tela de juicio que el declive de lo que se nos ha vendido como lo más importante: el Amor.  Y lo sostengo.  Pero, a la vista de la realidad… ¿Qué tiene que ver el Amor con la pareja? ¿Otro autoengaño?  ¿Verdad que al leer la palabra “Amor”, que he escrito con mayúsculas, lo primero que te ha venido a la mente es “la pareja” tanto si la tienes como si no? ¿Y por qué?…

¿Y por qué no el Amor a ti mism@? ¿Por qué no el Amor incondicional? ¿Por qué no el Amor universal? ¿Por qué no el Amor como fuente de energía de vida cósmica? Pues porque poco o nada se nos enseña sobre el Amor hacia uno mismo como base fundamental para la salud integral cuerpo-mente-espíritu, para la autoestima, para el autorespeto, para la fortaleza interior y para la autonomía emocional. Para la independencia y la libertad, en suma.

Por el contrario, salvo honrosas excepciones, lo que aprehendemos y vemos a nuestro alrededor desde que decidimos venir a este planeta a aprender nuevas lecciones para nuestra evolución, es el mensaje de que “necesitamos a alguien más para ser felices”. Y ese es el falso y tambaleante cimiento sobre el que la mayoría asienta el edificio de su vida, en vano intento de alcanzar la felicidad, concepto que, como toda nominalización, es intangible y carece de parámetros de medida y control.

No me extenderé mucho aquí porque mi intención es solamente dar una llamada de atención, otra más, sobre una llaga en la que nadie se atreve a poner el dedo. En mi libro “Retorno al Paraíso. El Despertar” dedico todo un capítulo a este tema, sobre el cual, por mucho que se escriba, nunca será suficiente, sobre todo si nadie se atreve a hacerlo desde un enfrentamiento paradigmático.

El matrimonio, o cualquier otro tipo de unión sentimental con otra persona, viene dado desde las necesidades (carencias) respectivas, no desde la plenitud compartida. Se basa en una serie de normas y preceptos, compromisos, esquemas obsoletos, esclavitud, propiedad, posesión, pertenencia, apego en definitiva, que es lo contrario al Amor que se basa en la libertad, el respeto y el agradecimiento. Innecesario añadir los casos en que la unión es por mera conveniencia, para cuyo camuflaje valdrán miles de escusas, convirtiendo una relación en un lamentable concubinato legal.

“La felicidad es muy difícil hallarla dentro de uno mismo… e imposible en otra parte.” – Compte-Sponville.

No se basa en la relación de igual-igual (ganar-ganar), sino en superior-inferior, (ganar-perder), en dominante y dominado, en el prepotente que manda y el sumiso que obedece. Pero todos en búsqueda, cada cual a su manera, de la utópica “felicidad”, más bien asentada sobre el conformismo y la comodidad que otra cosa.

Lo que unos llaman “felicidad”, otros llamarían rutina, costumbre, sometimiento o aburrimiento. Y lo que una gran mayoría llama “amor”, no es más que atracción física hacia otra persona desde una proyección mental y diálogo interno que nos montamos gratuitamente nosotros mismos, perdiendo el norte y la sinceridad que debería nacer desde el primer momento. Pero para ello es necesario un razonable nivel de autoconocimiento y alejarse de nuestro ego lo más lejos posible…

Es por lo tanto urgente que, tanto si nos gusta como si no, enfrentemos las razones de las habituales depresiones, los malos tratos, los innumerables divorcios, las separaciones… porque ello es demostración clara de que el mensaje es falso y que la sociedad va cambiando en la medida que el ser humano crece y se da cuenta que las cosas no son como se las habían contado.  Que las historias y películas con final feliz no ocurren todas las veces; que todo tiene un precio; y que con el paso del tiempo, ese precio se paga con intereses acumulados, día tras día… hasta acabar en algún tipo de síntoma psicosomático, enfermedad… medicación… reproches… culpabilidad… como si todo ello fuese algo necesario para vivir.

“Ama al prójimo como a ti mismo”.

Si no te amas a ti mismo, no puedes amar a otra persona porque no sabes cómo se hace.  Pero supongamos que sí te amas a ti mismo y sabes cómo se hace. Ergo, si te amas a ti mismo, lo primero que defenderás a ultranza será lo más importante y que todo ser humano busca a costa de su propia vida: LA LIBERTAD.  Si es así, ¿eres realmente capaz de amar a otra persona respetando su propia libertad?  Pues parece ser que no es lo más habitual, desgraciadamente.

El lenguaje no ayuda precisamente a ello: “mi mujer, mi marido, mi pareja, mi casa, mi coche, mi perro, mi criada, mi esclava, mi vecina, mi hipoteca, mi nariz…” o sea, la mente no hace distinción y todo lo que lleva el adjetivo posesivo “mi” se convierte en “posesión”, lo que da lugar a comportamientos inconscientes que se dan como válidos dado que “todo el mundo” está haciendo lo mismo, o sea, mal.

“Reconocerás a quien de verdad te quiere, porque te ayudará a crecer aún a riesgo de perderte”. – Inma Capó

Esta frase de mis libros sería el resumen de todo lo contrario a lo que se viene haciendo en la mayoría de grupos humanos. Entonces ¿para qué tener una pareja? (*)

La finalidad de vivir en pareja no es para tener compañía porque no sé estar solo, luego busco a alguien que rellene ese hueco y me distraiga. No es para tener hijos, porque puede que uno los quiera y el otro no, o no puedan tenerlos, o quieran tenerlos a veces como excusa para no aburrirse o para que los abuelos estén contentos.  No es para tener sexo garantizado, porque esa es otra de las grandes falacias en la pareja. No es para tener a alguien que te pertenezca ni pertenecer a otro, porque la esclavitud se abolió hace siglos –y así se luchó para ello- y además nadie puede pertenecerse más que a sí mismo. Pretender otra cosa es un imposible.

La única y sana razón para querer vivir en pareja, es esta: crecer juntos.  Muy pocas parejas conozco cuya misión sea la de apoyarse mutuamente para evolucionar. La mayoría tienen muchcos “por qués” para unirse, es decir, justificaciones de los respectivos egos que podrían llenar una resma de papel. Pero prácticamente ninguna pareja se plantea el “para qué”, o sea, la misión, el objetivo, la razón última que puede mantenerles unidos hacia una misma meta. (Sí conozco varias parejas, concretamente alumnos mìos y otras personas conscientes, que han detallado específicamente su labor y camino en pareja y lo están cumpliendo a la perfección: están a un mismo nivel de vibración energética).

¿Lastre o estímulo?

Una de las peores razones, que sigue vivita y coleando en nuestra sociedad, es la enfermiza actitud del “machismo”. Y algunas de las señales para diferenciar a un “machista” de un hombre inteligente son estos ejemplos, reales como la vida misma y de los que doy fe:

El machista: “a mí no me interesa que mi mujer cambie ni crezca; a mí me va muy bien como está”.
El inteligente: “yo quiero a mi lado una mujer que crezca conmigo, porque quiero poder hablar con ella de igual a igual”.
El machista: “yo la vi cuando era muy joven y dije: ‘esta la quiero para mí’ y por eso es mía.”
El inteligente: “yo quiero una mujer que esté a mi altura, de la que pueda sentirme orgulloso, y no me conformo con menos”.
El machista: “la mujer ha de ser inferior al hombre para que no te cause problemas y haga lo que tú le digas. Si alguien tiene que crecer, ese soy yo”.
El inteligente: “si logro estar con una mujer que me supere en muchos aspectos, sobre todo en el intelectual, mi autoestima diría: ¿qué tendré yo de extraordinario para que una mujer como ella elija estar conmigo?”
El machista: “yo soy muy feliz con mi mujer, porque sigue igual que cuando la conocí”.
El inteligente: “no hay nada que me haga más feliz que disfrutar viéndola crecer y evolucionar a mi lado y hago todo lo posible para ayudarla en su camino.”
El machista usa su ego. El inteligente su autoestima.

(El hecho real de que la gran mayoría de hombres se casen con mujeres muy inferiores a ellos, queda sobradamente avalado en estas simples comparaciones. Ver el libro “Los caballeros las prefieren brutas” de Isabella Santo Domingo).

Vemos pues algunas señales palmarias que marcan la diferencia entre ser un estímulo o un lastre en la vida de la persona que, por amor, por necesidad o porque nunca ha conocido otra cosa o no ha vislumbrado otra posibilidad en su vida, está contigo para lo bueno y para lo malo, y ojalá haya más de lo primero que de lo segundo.

(Estos ejemplos se dan igualmente en sentido mujer-hombre, que de todo hay en esta Viña…).

“O estás creciendo, o estás muriendo”

Esta es la realidad de todo ser humano. Piénsalo bien si estás en pareja o si deseas estarlo, porque para ponerte grilletes no necesitas a nadie más que a ti mism@, gracias a la programación (“educastración”) ancestral que se te ha dado para vivir, con las limitaciones mentales que tu sistema de creencias y escala de valores incuestionados te aportan, bloqueando tu libertad de acción y de decisión; con el hecho de llamar “YO” a esa programación o contenido de tu disco duro y que tu cerebro viene utilizando para vivir… hasta que tú decidas cambiarla por otra más útil, actual y enriquecedora.

Ser libre significa ser libre para decidir; para decidir tienes que poder elegir; para elegir tienes que conocer más de una cosa o persona. Si no conoces más que una única cosa, persona y programación, no estás eligiendo: estás obedeciendo. Formas parte pues del rebaño, de la mediocridad, de la masa que, desde antaño, ha perdido su conciencia y por ende, su Libre Albedrío. No está bien ni mal, es lo que se está haciendo, repitiendo y enseñando. Piénsalo.

Y si lo que haces no funciona, entonces haz otra cosa.

Ahí está el origen de por qué la sociedad está enferma e infeliz, lo cual pagamos entre todos vía seguridad social: porque la mayoría de la gente vive “contra natura”, es decir, contra su propia naturaleza; la del Ser Humano Consciente, Libre, Responsable de Sí Mismo, que no busca utilizar ni poseer a otro ser humano (“esclavitud”), sino que desea crecer para compartir, para aportar, para crear, para multiplicar, para enseñar y aprender, para dejar una huella útil de su paso por el planeta, y desde el Amor a sí mismo, si así lo desea y encuentra a sus almas gemelas en un mismo nivel de vibración y armonía, unirse en un mismo camino, con una misma misión en común y hacia un mismo y único objetivo posible: el de crecer y evolucionar juntos, convirtiéndose de nuevo en una sola alma en dos cuerpos diferentes, yin/yang, que vibran al unísono en una unión espiritual de Amor Incondicional.

“Que si has de casarte, me preguntas. Yo te respondo: Haz lo que quieras. Pues hagas lo que hagas, te arrepentirás.” – Sócrates.

(*) Ver “Retorno al Paraíso. El Despertar” – “Poemas de Amor y otros desatinos…” – La autora.

(Lecturas anteriores: 6930)

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